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Mantener viva la llama que enciende el rito del teatro es complejo, y depende de muchas voluntades y decisiones que deben sintonizar.  Intentar mantenerla viva desde el hogar, es mucho más difícil.  Desde hace un año varias personas que decidimos embarcarnos en la experiencia que propone la virtualidad, lo entendimos bien: hay que ponerle, además, mucha onda, paciencia y amor.  Y fundamentalmente mucha convicción, porque las preguntas ¿tiene sentido? y ¿vale la pena? se instalan a cada momento.

Cuando decidimos hacer la versión virtual de La Tortuga e inventar TEATRO UAIFAI primero atravesamos una etapa de incertidumbre.  ¿Funcionaría todo como lo habíamos pensado?  ¿La gente entendería cómo registrarse, cómo ingresar, cómo comprar la entrada?  ¿Habríamos sido lo suficientemente claros para dar las instrucciones?  ¿A alguien le interesaría ver una obra escénica en vivo online?

A esas dudas se sumarían además las alertas de los especialistas en la comunicación y la prensa: ningún periodista se registraría en la plataforma, habría que darles todo más servido en bandeja porque ninguno completaría la información necesaria, no tendrían ganas o interés.  También se sumaría la onda tan particular de algunes colegas: eso no es teatro, el teatro virtual no existe, no me interesa, esperaremos a que vuelva la presencialidad, a esa hora tengo que sacar a pasear al perro o hacer la comida, cosas por el estilo.  Todas súper comprensibles, pero no muy alentadoras.

Las dos actrices involucradas en el inicio de TEATRO UAIFAI – Matilde Campilongo («La Tortuga») y Agostina Prato («Aspiro a Hitchcock») – asumieron las dudas, las incertidumbres y las dificultades como dos heroínas del teatro pandémico.

A Matilde la aterraba tener que ocuparse de transmitir la obra desde su computadora, acomodar las luces de su casa, tener que disparar el sonido.  Ella se consideraba una persona alejada de la tecnología y sufrió mucho pensando en la que se venía.  Por suerte contábamos con una familia cómplice y amorosa: Víctor, Renata, Vicente (y la gata) se encerraban en distintas habitaciones del hogar, alertas con los teléfonos para estar comunicados frente a cualquier imprevisto.  

Aunque Agostina tenía mucha más vinculación con lo tecnológico (de hecho venía haciendo un ciclo de Tecnoteatro) se le complicaba más porque ella usaba varios dispositivos (un montón!) y se la bancaba solita.  Usaba varias computadoras, varios teléfonos, una pantalla de tele, luces dentro de su habitación y las que venían desde afuera.  

Hubieron varios intentos de transmisión fallidos y unas cuantas lágrimas compartidas por teléfono luego de ensayos frustrados.  Arrancaron las funciones y también hubieron un par de cancelaciones, hasta que le agarramos la mano.  Pero nuestras heroínas se desquitaron, haciendo 15 funciones Agostina, y Matilde más de 40.

Fuimos compartiendo la experiencia con otres creadores entusiastas, y así, colectivamente, fuimos intercambiando figuritas sobre plataformas, dispositivos, softwares, y logramos hacer ya 125 funciones, que se transmitieron desde Argentina, México y España.

Hicimos algunas funciones para cien personas, y otras para tres.  Nos tocó discutir mucho, y asumir una paciente tarea pedagógica para explicar cómo recuperar una contraseña, cómo leer las instrucciones , cómo habilitar un diálogo fluido con nuestros colegas, por qué hacemos lo que hacemos de la manera que lo hacemos…

A todes nos tocó suspender alguna función, porque no hubo internet o porque nos falló algo del sistema.  A todes nos tocó angustiarnos un poquito y dudar acerca de si valía la pena todo el esfuerzo, el estrés, los repetidos intentos…  Si valía la pena para tan poquitos espectadores, para ganar dos con cincuenta, si tenía sentido remarla tan en contra de la corriente, con tan poca ayuda, con tan poco interés por parte de funcionarios nacionales, provinciales o locales que hablan mucho de industrias culturales y de innovación, pero les chupa un egg cuando aparece una alternativa innovadora sostenida a puro esfuerzo de autogestión, aunque la creatividad explote y se producen encuentros transformadores para muchas personas.

Cada encuentro post-función confirmó que valía la pena.

Nos embanderamos en defensa de las obras escénicas que se ofrecen en vivo, porque entendemos que hay una diferencia fundamental con la transmisión de materiales pregrabados.  Es una diferencia política, conceptual, estética: la diferencia entre ofrecer un producto y generar un espacio de encuentro.  Por supuesto, un encuentro diferente – mediado por la pantalla – pero encuentro al fin: compartimos tiempo, aunque no compartamos espacio.  Algo que no hubiéramos podido imaginar hace unas cuantas décadas atrás, pero que ahora es posible.  Y dado que la tecnología siempre habilitó nuevas formas y democratizó el acceso a la creación, decidimos defenderlo a capa y espada, no porque creyéramos que la virtualidad reemplazará a los encuentros de los cuerpos para celebrar el rito colectivo.  Sino porque entendemos que es una nueva posibilidad, que aparece como opción frente a la imposibilidad de reunirnos, mientras esperamos que la vida vuelva a ser como era.  

De paso, la vida, ¿volverá a ser como era?

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