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El viernes 17 de abril de 2020 – un día antes de lo que hubiera sido el estreno de “La Tortuga” en Buenos Aires – con Matilde Campilongo lloramos luego de nuestro ensayo por Zoom.  A pesar de que hacía un mes se había decretado el aislamiento y a pesar de que ya sabíamos que no íbamos a poder estrenar, ese día nos cayó la ficha con dureza.  Impotencia y dolor compartidos fueron la mecha para encender una llama que se me prende frente a situaciones de esa índole (situaciones de impotencia y dolor compartidos).  Esa noche le propuse que hiciéramos una versión virtual, y que la ofreciéramos así, tal como la estábamos ensayando desde hacía un mes: encerrados, cada uno desde su casa.  Como en ese momento lo que se había impuesto como única alternativa era compartir los registros en video de las obras hechas, y quienes lo gestionaban se quedaban con el 50% de la recaudación – y a mí me resultaba indignante – me puse a trabajar en un proyecto para ofrecer nuestra pieza en condiciones más empáticas.  No queríamos hacer sólo una experiencia en redes sociales, queríamos hacer una temporada de funciones.  Entonces armamos TEATRO UAIFAI.  

El día del estreno, en mayo de 2020, lloré mientras armaba una bolsita con un champagne y unos bombones, que saldría en un taxi hacia la casa de Matilde.  Era el primer estreno de una obra mía en el que no podría abrazarme con el equipo, ni antes ni después de la función.  Brindamos cada uno desde nuestras casas, por Zoom, junto a nuestra amada asistente, Cony, en una reunión que se hizo costumbre.  Como una especie de camarín virtual.  Los tres, allí, con lágrimas en los ojos – qué llorones – nos lanzamos a una aventura que suponíamos duraría un par de semanas.  Pero no, duró más: hicimos 32 funciones en vivo durante 5 meses en TEATRO UAIFAI.  Luego nos invitaron a siete festivales internacionales de Argentina, Chile, El Salvador, España y Panamá.  A lo largo de ese camino desarrollamos una postura firme y decidida.  Nos abanderamos como defensores del encuentro mediado por las pantallas frente a la idea de compartir productos audiovisuales.  Nos convertimos en militantes de las obras escénicas virtuales en vivo, del tecnoteatro en vivo, o como sea que a cada une le guste llamarlo.  A las denominaciones y a las miradas despectivas de los puristas, que vociferaban “esto no es teatro”, opté por pasármelas por ciertas partes.  Me enfoqué en nuestra obra, en abrir posibilidades para otres creadores, y en habilitar espacios de encuentro.  Hicimos algunas funciones para 100 personas, también hicimos funciones para 5.  También tuvimos que suspender alguna por falta de conectividad.  Luego de cada función, nos encontramos cara a cara (sí, mediados por las pantallas, claro) y compartimos un tiempo precioso pleno de experiencias, sensaciones e ideas, con gente maravillosa a la que no hubiéramos podido llegar nunca con nuestra obra.  Adivinen qué?  Lloramos un montón también, de emoción, de alegría, de necesidad de abrazarnos con toda esa gente.  Participamos de diversos conversatorios, paneles, congresos, en muchos países.  Llegamos a espectadores de todo el mundo, desde el Reino Unido hasta Chile, desde Japón hasta México.

En Sonora, México, en octubre de 2020 se vivió una experiencia sorprendente.  La reducida presencia humana en las playas por la pandemia dio pie a una eclosión de tortugas histórica.  Fue uno de tantos hechos sorprendentes de la Naturaleza frente al episodio del confinamiento humano.  Sonora es la tierra donde el pueblo seri (los comcaac en su lengua) sufrió las duras políticas de exterminio de españoles primero y mexicanos más tarde. Sin embargo, nunca fueron formalmente conquistados y, menos aún, evangelizados y pacificados durante la época de la colonización. Poco a poco fueron confinados a una parte de su territorio, diezmados en su número y obligados a aceptar intercambios no siempre ventajosos con los colonizadores.  Mayra Estrella Astorga, coordinadora de un tortuguero de la comunidad indígena comcaac, dijo que “en mi comunidad no había existido algo así, con esta cosa majestuosa para mí“.  En mi comunidad fue una sola Tortuga, pero me sentí identificado con Mayra.  En mi historia no había existido algo así, con esta cosa majestuosa para mí.

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