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Anoche soñé con vos, Pepe.  Estabas en un banco de madera, como esos blancos de la Plaza 25 de Mayo donde solías sentarte a observar la rafaelinidad pasar, con gafas oscuras y aires de diva de pueblo.  El vidrio marrón de tus lentes de sol setentosos resultaban útiles como filtro para suavizar todo eso que se ve circular por la plaza central de Rafaela, que no es poco.  En mi sueño estabas sin gafas, fresco, sonriente.  Con esa sonrisa que brotaba cada vez que nos encontrábamos en esa época posterior a haber compartido más de diez años de escenarios, y nos reíamos con anécdotas de putos-de-pueblo y nos también nos reíamos del teatro que habíamos visto, hecho por muchos de esos putos-de-pueblo no asumidos.  Ahí estabas siempre, a cualquier hora: vos, tu bicicleta, algunos de los perros que te acompañaban.  Y tus lentes de sol, que te daban ese aire entre chic y decadente.  Qué hermoso Pepe.  Qué hermoso haber visto siempre tu costado hermoso, aunque alrededor te llamaran vago, sucio, abandonado, sin proyecto de vida.  Y puto, claro. 

Anoche hablábamos de una reposición de “Algunos cuentos del Decamerón”, el segundo trabajo que hicimos juntos y que estrenamos en 1990.  Me repasaste los personajes que hacías.  Nos reímos con cada uno, porque te acordás que eran varios.  Planeábamos una reposición y me dabas algunas indicaciones sobre qué mejorar.  Seguramente hubiéramos sumado a Diana, que brillaba también en esa puesta, y que había sido tu actriz fetiche en algún momento.  Te me presentaste fresco, sonriente y actuando.  Qué lindo soñarte riendo, a pesar del dolor, la angustia y la soledad que rodearon tus últimos tiempos.  

La primera obra de teatro que vi en mi vida – que fue a los 16 años – la protagonizabas y dirigías vos, lo sabés porque fue una de las primeras cosas que te conté cuando empezamos a laburar juntos.  Te encantaba hacer eso: protagonizar y dirigir tus trabajos.  Es que en esos años tenías una energía imparable, eras escena en estado puro.  Nos habían llevado de la escuela a ver “La pálida”, en el Teatro Lasserre.  Actuaban vos, Oscar Warnke, María Laura Giraudo y creo que también el matrimonio Dellatorre-Marzioni.  Viendo la función me dije: ahhh, ¿esto es el teatro?  Una imagen quedó grabada a fuego en mi cabeza: Oscar y María Laura representaban una escena de sexo caricaturesca, exagerada.  Me dio risa, me incomodó, me calentó un poco y me generó una profunda conmoción.  Me corrió de lugar.  Me generó todo eso que deseo me pase siempre en el teatro, y que ocurre muy de vez en cuando.  Por esa obra es que decidí anotarme en un taller de tetro. Fue una de esos trabajos que integran la categoría “life-changer”, esas obras que te cambian la vida y que buscamos con avidez con mi amiga Malú Ansaldo y nos compartimos felices cuando descubrimos alguna en algún lugar remoto del mundo.  Malú, mi primera “life changer” la hizo Pepe, ¡cómo me hubiera gustado que lo conozcas!

Nunca olvidaré tu “Hablemos a calzón quitado”, en plena etapa de fin de la dictadura, en el escenario del Centro Cultural Municipal.  Tu humildad al sumarte a nuestra “Metrópolis”, tus múltiples personajes en “Algunos cuentos del Decamerón”, tu Oberón en “Sueño de una Noche de Verano”, sacándote chispas con la hermosa Titania encarnada por Silvit, tu dificultad para aprenderte las coreografías de “Raffaella Innamorata…”, lo inquietante de tu personaje trans y vendado en “Lo mismo que el café”…  Pero con lo que te vi brillar como nunca fue con tu Francisco (Woyzeck) en nuestro mejor trabajo juntos, compartido con Marcela, Víctor, Gusti y Gustavo Poggi: “Algo de Rojo en el Gris”.  ¿Te acordás cuando vinimos invitados al primer Festival Internacional de Buenos Aires?  Los raros del pueblo salíamos en La Nación y yo lo sentía como un triunfo, qué ingenuo era.  Lo que vos hacías en esa obra era profundamente conmovedor, doloroso, revelador.  Mostrabas esa otra cara del puto de ciudad chica que era víctima de unas estructuras que no podíamos entender y frente a las que siempre te rebelaste con tu identidad misteriosa y desconcertante.  Incomodabas con tu desnudo frontal, con tu beso en la boca a tu opresor, todo tan absolutamente impropio para la escena rafaelina de los noventa.  Nos animábamos a cualquier cosa.  Éramos dinamita.  Te imagino riendo con estas afirmaciones.

¿Sabés que a la Escuela Municipal de Artes Escénicas en nuestra Rafaela natal le pusieron tu nombre?  Te estarás riendo también de eso, te imagino.  Hace un par de días les pibes (estamos con el lenguaje inclusivo, después te cuento cuando nos veamos en otro sueño). Te decía… les primeres alumnes que empezaron a estudiar en esa escuela se recibieron de Profesores de Teatro en la Universidad.  Ah, te emocionaste pillín.  Yo también.  

Gracias Pepito, loco lindo, ícono de las decisiones llevadas al extremo para ir en contra del horror del pueblo chico que no acepta disidencias ni estridencias.  Gracias por abrirme las puertas a lo desconocido, a lo prohibido.  Gracias por estar en mis recuerdos y en mi cabeza.  Volvé cuando quieras, aquí estaré para seguir imaginando escenas y para reír juntos, a pesar del dolor. 

La foto es del gran Fito Previderé.

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