Post Image

La Navidad cala tan hondo en el imaginario colectivo como ninguna otra celebración religiosa o pagana.  Semanas antes nos organizamos para ver con quiénes compartiremos la Nochebuena y preparamos viajes, valijas, regalos, comidas.  No importa que seamos cristianos practicantes o nos la pasemos puteando contra la Iglesia, estamos obligados y cedemos al mandato desde que tenemos memoria: se arma el arbolito, se compran pan dulce y espumantes y se sienta uno a comer vitel toné, ensalada rusa, pollo arrollado y lechón.  La Navidad representa lo intocable: el amor de la familia y los deseos de abundancia, aunque debajo de la mesa tengamos preparado el cuchillo para atacar o defendernos de algún pariente o la Iglesia insista en que celebramos el renacimiento de la esperanza y el amor.  Ponele.

Desde hace unos días se desató una polémica en las redes sociales de los habitantes de mi comarca, Wind Gap, perdón, Rafaela, que tiene por protagonista a un “arbolito” de Navidad.  Amo usar las comillas con esa intención forzada (amo @comilleros).  El primero que vi (y compartí) es de autor anónimo, y se preguntaba “Cómo pasamos de esto”, con la foto del tradicional árbol de luces que se montaba en el mástil principal de la ciudad, “A esto” y mostraba una estructura de listones de madera con unos pedacitos de tela cortados en su parte inferior, y algo difícil de entender en su parte inferior, después descubrí que eran mangueras de luces.  Realmente era muy graciosa la comparación, y daba entre pena y nostalgia.  La bola se fue agrandando: posteos, memes, historias con burlas, llamadas telefónicas, mensajes chicaneros, señalamiento de responsables, aprietes indirectos sobre la no-culpabilidad del municipio, notas en los medios para aclarar que la responsabilidad “no es del municipio”.  Precioso todo.

Lejos de importarme la decoración navideña (abandoné esas prácticas hace décadas, me chupan un egg los muérdagos y las guirnaldas de lameta), hay algo interesante para analizar con respecto al adefesio del momento y sus repercusiones.  Tiene que ver con lo simbólico.  Ese árbol feo, en el que se intenta mostrar el resultado de un trabajo colaborativo y desinteresado, revela algo más profundo: lo público es tierra de nadie.  La comarca hace rato que perdió su brillo y es muy evidente.  “La municipalidad no tiene nada que ver”, expresan con tono grave y volumen alto (como gustan varios de los oficialistas locales).  Hace rato que las decisiones en el orden de lo público demuestran que nadie se hace cargo, y que las diseñan y resuelven personas que no son las más capaces que Rafaela podría abrazar.  Cuando lo público está en manos deslucidas, nada con brillo puede acontecer.  Ni siquiera un arbolito de Navidad.

Next
Pepe
Comments are closed.