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Soy un varón cisgénero (nací con genitalidad masculina y me identifico como varón) y desde hace unos cuantos años (antes fue distinto) me atraen sexualmente sólo los varones.  Me chupan un huevo las definiciones, pero en un mundo heteronormado, es necesario visibilizar las diferencias para darles identidad, espacio y voz.  Me defino entonces como varón gay.

Creo en el poder del amor.  Tuve la fortuna de recibir mucho amor de mis padres, mis hermanas, mis abuelos y bisabuelos, y de mis amigos.  Ese amor me permitió fortalecer mi personalidad y afirmarme en mis ideas.  Y me preparó para entender cómo transmitir ese amor.  Me ejercito diariamente en la tarea de intentar dar amor, de múltiples formas.

Creo en el poder del placer.  No creo en la monogamia, aunque respeto que dos personas decidan casarse y prometerse fidelidad por toda la vida.  Respeto lo que cada persona decide sobre su búsqueda de la felicidad.  Creo que la falta de placer hace que las personas se vuelvan más tontas y violentas.  El placer contribuye a la paz y a la evolución de la especie. 

Creo en el poder de la creación.  El arte me salva.  La creación no tiene utilidad, dársela forma parte de una necesidad del mercado y de las “industrias culturales”, concepto que me revuelve el estómago y que me hace pensar en sus orígenes con los detestables Ronald Reagan y Margaret Thatcher.  

Crear es una manera de estar en el tiempo, y de aprender algo acerca de la vida y la muerte.  O no aprender nada, desaprender.

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