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Escribí “Mis palabras” hace unos años atrás.  En esa etapa había asumido una responsabilidad en la gestión pública, como secretario de cultura de Rafaela (mi ciudad natal) y esa tarea requería de mi mayor disponibilidad de tiempo.  Fue una época difícil en mi recorrido como creador, porque mis producciones hasta ese momento siempre habían estado signadas por procesos creativos de interacción grupal, y por la generación de una dramaturgia que provenía de la escena, de imaginarios compartidos con intérpretes y diseñadores.  Procesos largos de investigación e intercambios, que produjeron piezas como Noche de ronda, Algo de rojo en el gris, La Brusaròla, Kilómetro Dos Veintiocho, El Rutilante Cabaret, por mencionar algunos de mis trabajos.  Ya no podía comprometerme con un calendario de encuentros y ensayos, y no me quedó otra opción que generarme un espacio de creación en soledad, centrado en la escritura.  

Aunque la dramaturgia estuvo siempre entre mis principales intereses, jamás me definí como escritor. Desde muy joven había decidido escaparle a los procesos texto-céntricos, convencido de que los cuerpos, la acción, el movimiento, la música y los lenguajes visuales eran tan poderosos como la palabra y habilitaban dramaturgias menos exploradas.  Fue una etapa de replanteos e introspección, difícil pero productiva.  Surgieron varios textos, entre ellos La Tortuga y Mis palabras.  

Entre las tareas a mi cargo en esos años fui el responsable máximo del Liceo Municipal “Miguel Flores”, una institución dedicada a la formación artística.  Tenía un especial cariño por ese espacio, donde no sólo había tomado clases de plástica siendo niño, sino que había sido el lugar donde descubrí mi vocación por las artes escénicas en la adolescencia, y donde debuté como actor.  Ahora me tocaba volver desde otro lugar. 

La institución ofrecía un abanico muy diverso de posibilidades educativas, y entre ellas, talleres para distintas edades y trayectos, y también para personas con discapacidad.  Allí tomé contacto con gente maravillosa – docentes y alumnes – entre ellos Sonia, una alumna con síndrome de Dawn con quien generamos un vínculo de mucho afecto y encuentros regulares.  Sonia era una alumna entusiasta, apasionada, y asistía a todos los talleres posibles: escribía, actuaba, una creadora incansable.  Un día me regaló su libro de poemas, y el contacto con su escritura me conmovió profundamente.  El libro de Sonia abrió, de alguna manera, la puerta a mis palabras.  

Mi proximidad con la discapacidad venía atravesada por la historia familiar: mi primer sobrino, Lucas, nació con parálisis cerebral e inauguró una serie de fuertes vivencias y aprendizajes, que modificaron, a mi familia y a mí, para siempre.  La fragilidad y la vulnerabilidad encontraron nuevas formas, muy próximas, resignificando cuestiones profundas que tienen que ver con la vida, el amor y la compasión.

“Mis palabras” es una obra que balbucea acerca del abuso.  No describe una situación de abuso evidente y extremo, como el abuso sexual de menores, la violación, el asesinato, el femicidio, esas situaciones en las que podemos ubicarnos con mucha claridad – y dolor – del lado de víctima, y que con contundencia definen una posible lectura maniquea del mundo, en la que víctimas y victimarios podemos ser identificados y señalados con facilidad.  Esta pieza intenta hablar de otras formas de abuso, menos evidentes, disfrazadas, en las que nos resulta incómodo identificarnos y que forman parte de un modo de vinculación perverso, estructural.   Bordea una relación en la que las buenas intenciones, los intereses solapados, la torpeza y el deseo se confunden en una red de relaciones abusivas.  

“Mis Palabras” formula preguntas acerca de cómo necesidad y deseo pueden conjugarse en formas que afectan a las personas más vulnerables, a aquellas que no encajan, y que son, siempre, quienes se ocupan de transformar el dolor del mundo, en creación.  En belleza.  En tragedia.

“Mis palabras” se estrenará el próximo 1 de octubre de 2021 en el Centro Cultural General San Martín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La foto es de Luzmaira L. Maldonado. @_luxm

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